Yo soy yo, vos sos vos

  La posibilidad de diferenciar la vida de nuestros hijos a la propia es la postura que acompañará a una calidad de relación más saludable. Somos seres individuales. Aunque parezca obvio, no lo es tanto. En mi quehacer profesional converso con los padres como parte del proceso de desarrollo de sus hijos. En estos espacios […]

 

La posibilidad de diferenciar la vida de nuestros hijos a la propia es la postura que acompañará a una calidad de relación más saludable. Somos seres individuales. Aunque parezca obvio, no lo es tanto.

Cómo influyen los papás en la relación de sus hijos con sus pares - EHLI

En mi quehacer profesional converso con los padres como parte del proceso de desarrollo de sus hijos. En estos espacios abordamos las diversas temáticas que los preocupan y ocupan, con el fin de explorar situaciones y replantear sus posturas de crianza cuando es necesario.

 

“Nadie nos dio un manual para ser padres” es una frase común. A lo que yo respondo: ¡Qué suerte! La magia de encontrarnos con otro ser humano, a la vez parecido y diferente a nosotros, es maravillosa, única y compleja. Si tuviésemos un manual, solo tendríamos que seguir instrucciones, obedecer, actuar sin más. Sin embargo, ni los hijos vienen con un pan bajo el brazo ni con un manual de instrucciones. Así son las relaciones de amor: se construyen con un poco de cada uno, se modifican y se afianzan con el tiempo.

 

Es importante reconocer que las relaciones filiales no son simétricas. Nuestros hijos, en las primeras décadas de sus vidas, dependen mucho de nosotros; lo que hagamos o dejemos de hacer los marcará, a veces para siempre. Cada uno de nosotros trae una historia de vida previa a la paternidad, con sus propias heridas y valores. Al convertirnos en padres, muchas veces nos encontramos reflejados en nuestros hijos, viendo nuestras propias heridas revividas. Lo que dolió en nuestra infancia puede abrirse nuevamente, y en un intento de sanar, nos encontramos con la frase: “No quiero que pase lo que pasé yo.

 

Es un acto repetido: “Hago esto para que no sufra lo que sufrí yo.” Sin embargo, en esta aparente buena intención, surge una confusión frecuente. ¿A quién estamos ofreciendo esa reparación? ¿A nuestros hijos, o a nuestro niño interior?

 

Nuestros hijos no son versiones pequeñas de nosotros; son individuos únicos, nacidos en otras circunstancias de vida y con una carga genética propia, resultante de la mezcla con su otra progenitora. En esta búsqueda amorosa de “no pasar lo mismo que yo”, a menudo nos reencontramos con nuestras proyecciones.

 

“Tengo experiencia sobre lo que siente ella”, pensamos. Pero la cruda realidad es que no podemos saber exactamente qué le sucede a otro ser humano. Aunque intentemos transmitir nuestras sensaciones y emociones con palabras, nunca llegaremos a comprender completamente lo que vive la otra persona.

 

Por lo tanto, al buscar sanar, es fundamental que lo hagamos desde nuestras propias heridas. Debemos tener la valentía de mirarnos en el espejo y dejar de cargar a nuestros hijos con mochilas que no les pertenecen.

 

A menudo, notamos actitudes condescendientes: poner menos límites porque a nosotros nos impusieron de más, escuchar constantemente porque a nosotros no nos escucharon, no establecer normas porque a nosotros nos dieron demasiadas, y permitir que elijan a su ritmo porque a nosotros nos apuraron en nuestras decisiones. Sin embargo, he escuchado a adolescentes decir: “Me hubiera gustado que me obligaran a estudiar”, “Estaba esperando que me dijeran basta”, “No sé por qué me dejaron salir siempre”, “Me hubiera venido bien que me controlaran un poco más”.

Estas expresiones nos llevan a una conclusión esencial: “YO SOY YO. VOS SOS VOS.”

Nuestros hijos no son una segunda oportunidad. Son ellos, únicos. Nuestras cuestiones nos pertenecen.

 

Lic. Laura Collavini

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