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El Último Primer Día (UPD) es una tradición que se ha extendido entre los estudiantes del último año de secundaria en varias partes de Argentina. Se trata de una celebración que ocurre en la madrugada previa al primer día de clases del último año escolar. Generalmente, los jóvenes se reúnen en casas, plazas o espacios alquilados para festejar con música, comida y, en algunos casos, consumo de alcohol, antes de dirigirse juntos al colegio.
Si bien para muchos es un ritual de despedida y una forma de compartir con sus compañeros, el UPD también ha generado preocupación en familias, escuelas y autoridades por los excesos y posibles riesgos asociados. En respuesta, algunas instituciones han optado por generar espacios de celebración organizados para canalizar esta tradición de manera más segura. Mientras tanto, diversas fuerzas de seguridad deben destinar recursos a esta costumbre debido a los desmanes y situaciones de riesgo que se observan.
Sinceramente, me encanta festejar. El último primer día de vacaciones, de clases, del comienzo de cualquier instancia. Cumpleaños, casamientos, divorcios (si te hace feliz), contratos… La vida misma me parece un hecho digno de celebración. Ahora bien, me pregunto: ¿Qué entiende cada uno por celebración?
El último primer día de clases es, sin dudas, un hecho importante. Se llega al «comienzo del fin de una etapa» para dar paso a una nueva. Claro que hay que transitarla. Un año por delante, estudiar, rendir, aprobar y luego, finalmente, se cierra el ciclo.
Vuelvo a la pregunta: ¿Qué entendemos por celebrar? ¿Es juntarse con amigos y/o compañeros o es celebración solo si hay alcohol y otras sustancias?
Parece que, para muchos, si no hay excesos, no hay diversión.
Existen estudios recientes a nivel nacional sobre el consumo de alcohol en jóvenes en Argentina. Uno de ellos es el artículo titulado «Prevalencia, motivos y consecuencias negativas asociadas al consumo de alcohol en jóvenes adultos argentinos», publicado en octubre de 2023 en la revista Acta Psiquiátrica y Psicológica de América Latina. Este estudio analizó datos de la Encuesta de la Deuda Social Argentina de 2019, abarcando una muestra de 1.549 jóvenes de 18 a 29 años de regiones urbanas del país. Los hallazgos indican que siete de cada diez participantes declararon consumir alcohol, y el 20% experimentó consecuencias negativas asociadas al consumo al menos una vez en el último año. Los principales motivos para el consumo fueron la influencia de sus pares y la expectativa social en eventos.
Además, en noviembre de 2024, el Observatorio de Adicciones y Consumos Problemáticos de la Defensoría del Pueblo de la Provincia de Buenos Aires presentó un informe basado en una muestra de 18.000 jóvenes escolarizados de entre 12 y 21 años. Los resultados revelaron que el 68% de los encuestados consumió alcohol alguna vez en su vida, con una mayor prevalencia entre las mujeres (71,62%). Además, el 56% de los adolescentes de entre 12 y 15 años ya había probado alcohol, y más del 13% admitió haber ingerido cinco o más copas en una sola ocasión, lo que indica un consumo episódico excesivo.
Estos estudios resaltan la alta prevalencia del consumo de alcohol entre los jóvenes argentinos.
Como familia y sociedad, ¿qué hacemos con esto? ¿Prohibir? ¿Es la solución?
Quienes estamos en contacto con adolescentes sabemos que esta medida puede ser compleja, generando rebotes no deseados y despertando enojos difíciles de manejar. Afortunadamente, hay otras opciones.
Pero antes de pensar en soluciones, volvamos a la raíz: ¿Por qué se asocia la diversión con los excesos? Los adolescentes y jóvenes dicen que lo hacen para poder desinhibirse. Esto me genera compasión. Pensar que necesitan algo externo para provocar una reacción en sí mismos, sin tener control sobre las consecuencias, es triste.
¿No pueden divertirse sin alcohol? Papás, mamás, directores de colegio, profesores, tíos, abuelos, terapeutas, por favor, escuchemos este mensaje. Es grave.
Algunos necesitan algo extra para divertirse, otros para concentrarse, otros para dormir, otros para despertarse. ¡Enfoquemos por favor!
¿Para qué sirven tantas matemáticas, tecnologías de la información y fechas de historia si no hay una PERSONA que pueda ser protagonista de su vida?
Tal vez parte de la solución radica en mirar a esa persona en crecimiento y dedicarle tiempo de calidad. Abrazar y reír juntos por las pequeñas cosas de la vida: la payasada de nuestra mascota, la papa que se cortó torcida, el plato lavado dos veces mal.
Quizá aprender a divertirse implique saber que hay una red de contención que los salvará de las tormentas de la vida y, entonces, puedan relajarse sin necesidad de esconderse tras los consumos.
Ese mensaje que dice: «Por favor, avísame cuando llegues». «Te dejé la comida preparada, decime si te gustó». «Me quedé con ganas de verte». «¿Jugamos a las cartas a la noche?».
No creo que la juventud esté perdida, como suelen decir las generaciones pasadas. Pero observo y escucho generaciones de padres distraídos, ajenos también a sus propias vidas, cargando sobre el sistema situaciones que les corresponden afrontar.
El UPD no es un problema. Lo es cómo se vive. Los celulares no son el problema, lo es cómo se usan. Hay ALGUIEN detrás de cada instancia. Pongamos el foco ahí, donde corresponde.
Laura Collavini
Lic. Psicopedagogía