
“Mi hija no está en el río, no se ahogó”, repite con firmeza Kathy Antelo, madre de Jésica, la niña de 10 años desaparecida el pasado 7 de enero en la zona de Balsa Las Perlas, del lado de Río Negro. A punto de cumplirse cuatro meses desde aquel día, la familia rechaza la versión oficial de un accidente en el río y sostiene que se trata de un caso de trata de personas.
La búsqueda inicial, intensa pero infructuosa, involucró bomberos, policía, guardavidas y autoridades locales, extendiéndose incluso a otras zonas de la provincia de Río Negro. La hipótesis predominante en ese momento fue que Jésica se había arrojado al agua para intentar rescatar a su hermano Miguel, de 13 años, pero nunca logró salir. A pesar del despliegue, nunca se encontró su cuerpo.
“No confío en la Justicia, es corrupta”, denuncia la madre, quien asegura que ni los investigadores ni el sistema judicial han respondido con la celeridad ni el compromiso que amerita la desaparición de una niña. “Si fuera la hija de un ministro, ya la habrían encontrado”, lanza con dolor y enojo.
Kathy Antelo sostiene que la desaparición de su hija es parte de una red de trata, y que las autoridades han optado por encubrir esa posibilidad en lugar de investigarla a fondo. “No fue una persona la que la buscó, fueron muchas, por tierra y por agua, y no hay respuesta. Es claro que no está en el río”, insiste.
La madre asegura que la familia iniciará una investigación paralela, sin el acompañamiento de la Justicia. “Vamos a buscar nosotros. Mis hijos y yo vamos a investigar a nuestra manera, porque a nosotros sí nos importa”, afirma, mientras critica la indiferencia institucional hacia los niños pobres o sin influencia política.
El relato familiar revela una desolación profunda, una mezcla de angustia, desilusión e impotencia. “Todos los días me consume el dolor, es algo que no se puede describir”, dice Kathy, quien también se enfrenta a los comentarios hirientes de terceros que opinan sin conocer la realidad ni el dolor que atraviesa su familia.
“Una madre, un padre y siete hermanos esperan a Jessica”, concluye Kathy, recordando que la niña sigue presente en sus vidas y en su esperanza. Para ellos, no hay duelo ni cierre posible sin la verdad y sin justicia.
La familia Antelo, convencida de que Jessica está viva, sigue luchando sin descanso, en un contexto donde las instituciones les han fallado. “Mi hija no está ahogada. Mi hija no está en el río”, repite como un mantra, con la convicción de una madre que no se resigna.