En septiembre de 1995, Bariloche, un tranquilo destino turístico argentino, fue escenario de un impactante suceso que resonó en todo el país. Alfredo Chávez, un ex detenido-desaparecido, reconoció y agredió físicamente a Alfredo Astiz, un notorio represor de la última dictadura militar. Este encuentro, cargado de simbolismo y emociones, dejó una marca indeleble en la memoria colectiva de los argentinos.
En comunicación con Radio 7, Alfredo Chávez relató con detalle el día en que enfrentó a Alfredo Astiz. «Después de dejar a mis hijas en la escuela, lo vi esperando una combi para ir a esquiar en el Cerro Catedral. Fue una sorpresa mayor verlo allí, libre, después de todo lo que había hecho«, expresó Chávez, visiblemente emocionado. «Cargado de indignación y con mi propia historia a cuestas, decidí ir a trompearlo. Pensé que era inaceptable que un criminal de esa calaña se paseara libremente«, añadió.
Chávez, quien fue detenido-desaparecido en 1978, no pudo contener su rabia al ver a Astiz. «Me acerqué y le rompí la cara a trompadas. Peleamos unos diez minutos. Mientras lo golpeaba, no paraba de insultarlo, recordándole todas sus cobardías«, explicó. Durante el altercado, Astiz intentó defenderse, pero Chávez, impulsado por un torrente de recuerdos y dolor, no cesó hasta dejarlo malherido.
Chávez profundizó en su motivación para confrontar a Astiz. «No fue solo un impulso de momento. Fue el peso de años de sufrimiento, de haber sido torturado y haber perdido a tantos compañeros. Verlo a él, sonriente y despreocupado, fue la gota que colmó el vaso«, confesó. «Cuando lo vi, se me revolvieron las entrañas. No podía dejar pasar la oportunidad de confrontarlo. No fue premeditado, pero tampoco fue un acto impulsivo sin sentido. Fue mi manera de exigir justicia, de alguna forma«, añadió.
Chávez también describió cómo se sintió después del enfrentamiento. «Sentí una mezcla de liberación y tristeza. Liberación porque finalmente había hecho algo contra uno de mis torturadores, pero tristeza porque sé que muchos otros como él siguen libres«, expresó. «A medida que lo golpeaba, sentía que estaba golpeando a todos los que, como él, se habían escudado en el poder para hacer daño. Era una especie de catarsis, una liberación de años de impotencia«, añadió. «No esperaba cambiar el mundo con un golpe, pero quería que él supiera que sus crímenes no habían sido olvidados«, dijo con firmeza.
La entrevista también abordó las repercusiones personales para Chávez tras el incidente. «Tuve miedo de las represalias, no voy a mentir. Sabía que me estaba exponiendo, pero sentí que debía hacerlo. La respuesta de la gente fue abrumadoramente positiva, me apoyaron de maneras que no esperaba«, recordó. «Astiz tenía esa sonrisa cínica en la cara, como si se sintiera intocable. Eso fue lo que más me enfureció. La idea de que él y otros como él creían que podían escapar de sus crímenes«, añadió. «Después del incidente, tuve que lidiar con una mezcla de miedo y alivio. Miedo porque sabía que podía enfrentar represalias, pero alivio porque sentí que finalmente había tomado una acción concreta contra uno de mis verdugos«, explicó.
Chávez destacó la importancia de mantener viva la memoria histórica y seguir luchando por la justicia. «Cada uno de nosotros, los sobrevivientes, tenemos una responsabilidad. No podemos olvidar ni dejar que otros olviden. La justicia no puede ser negociada ni olvidada«, concluyó. «La reacción de la gente fue increíble. Recibí mensajes de apoyo de todo el país, de personas que habían sufrido similares atrocidades y que veían en mi acto un pequeño rayo de justicia«, mencionó. La valentía de Chávez y su compromiso con la memoria y justicia han sido fundamentales para mantener viva la lucha contra la impunidad en Argentina.
El incidente tuvo una repercusión inmediata y significativa. «Fue un acto reparatorio civil y popular. La noticia se difundió rápidamente, cuestionando la impunidad con la que los criminales de la dictadura se movían por el país«, reflexionó Chávez.
A pesar de los intentos de iniciar un juicio por lesiones contra Chávez, la solidaridad de organismos de derechos humanos y el apoyo popular lo protegieron. «Adriana Calvo de Laborde y otros compañeros recolectaron firmas para pedir mi desprotección. Hablé con muchos compañeros que sufrieron en la ESMA, y el apoyo fue general«, recordó.
Recientemente, la visita de diputados del partido La Libertad Avanza a Astiz en el penal de Ezeiza reavivó el debate sobre la memoria y justicia en Argentina. «Es una aberración que representantes electos reivindiquen a una bestia como Astiz«, opinó Chávez. La reacción pública fue de repudio generalizado, evidenciando que las heridas del pasado aún están abiertas.
El Infame Represor de la Dictadura Argentina
Alfredo Ignacio Astiz, nacido el 8 de noviembre de 1951 en Mar del Plata, es uno de los represores más notorios del terrorismo de Estado durante la dictadura cívico-militar argentina (1976-1983). Actualmente cumple una condena a cadena perpetua por delitos de lesa humanidad.
Astiz, miembro de la Armada Argentina, formó parte del Grupo de Tareas 3.3.2 en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), uno de los principales centros clandestinos de detención durante la dictadura. Se le atribuyen crímenes horrendos, incluyendo la desaparición y tortura de figuras internacionales como las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet, así como la joven sueca Dagmar Hagelin. Estos actos le valieron condenas en Francia y en Argentina.
Durante su participación en la ESMA, Astiz se infiltró en organizaciones de derechos humanos bajo el alias de «Gustavo Niño». Fue responsable del secuestro y asesinato de miembros del grupo de la Iglesia Santa Cruz en diciembre de 1977. Entre las víctimas se encontraban figuras destacadas como Azucena Villaflor y las monjas Domon y Duquet. En 1977, también secuestró y torturó a Dagmar Hagelin, una adolescente sueca, cuyo destino permanece en gran parte desconocido.
En la Guerra de Malvinas, Astiz comandó un grupo en las Islas Georgias del Sur. Su capitulación ante las fuerzas británicas fue seguida por intentos de extradición por parte de Francia y Suecia, que fueron frustrados por su estatus de prisionero de guerra. Tras el final de la dictadura, su vida estuvo marcada por varios juicios y condenas por crímenes de lesa humanidad. En 2011, fue nuevamente condenado a cadena perpetua por su papel en la ESMA.