
En un desgarrador relato de supervivencia, Jessica, una víctima de violencia de género en Neuquén, compartió su experiencia sobre los años de abuso a manos de su expareja. Desde que era una adolescente de 15 años, Jessica vivió una vida de sufrimiento y miedo constantes debido a las agresiones físicas y psicológicas de las que fue víctima por parte de quien fuera su compañero. A pesar de que su historia refleja una constante lucha contra la violencia, lo que ocurrió en los últimos días se ha convertido en un claro ejemplo de cómo la violencia de género puede escalar hasta convertirse en un intento de femicidio.
Jessica explicó que la violencia comenzó en sus primeros años de relación, pero con el tiempo, las agresiones se intensificaron. A medida que el ciclo de abuso se repetía, las denuncias que ella hacía en la comisaría 18 no parecían tener el impacto que debería haber tenido una denuncia penal, y el agresor continuaba su camino de hostigamiento sin consecuencias inmediatas. En su relato, Jessica recordó que, a pesar de que se hicieron algunas exposiciones, estas no fueron tomadas con la gravedad necesaria. Fue solo cuando la violencia alcanzó niveles intolerables que se comenzaron a tomar medidas más estrictas.
Como parte de las medidas de protección, se le proporcionaron dos dispositivos: un botón antipánico y una tobillera electrónica para el agresor. Sin embargo, la inseguridad persistió. En uno de los episodios más recientes, el hombre, a pesar de tener la tobillera electrónica y las restricciones judiciales, ingresó violentamente a la casa de Jessica, provocando una nueva ola de angustia y miedo. Durante este ataque, Jessica fue arrastrada hasta la pileta de su casa, en un intento claro de ahogarla, mientras sus hijos, aterrados, intentaban salvarla. Este intento de feminicidio fue interrumpido solo gracias a la valentía de los hijos de Jessica, quienes, con las pocas herramientas que tenían, lograron desarmar al agresor.
Sin embargo, la intervención de los vecinos fue clave. Al percatarse de la situación, los residentes del barrio decidieron no permitir que el agresor se escapara. Después de la brutal agresión, los vecinos no solo protegieron a Jessica, sino que, en una manifestación de rechazo colectivo hacia la violencia, quemaron el vehículo del agresor. Esta acción se convirtió en un símbolo de resistencia ante la impunidad que enfrentan muchas mujeres víctimas de violencia, y también, como señal de que no se tolerará más violencia en el barrio.
El hecho de que el agresor no fuera inmediatamente detenido y llevado tras las rejas, a pesar de las claras denuncias y el peligro que representaba, dejó en evidencia las falencias en el sistema judicial para proteger a las víctimas de violencia de género de manera eficiente. En este caso, el incendio del auto no solo representó una venganza, sino una medida extrema de defensa comunitaria para proteger la vida de Jessica y de otros miembros de la comunidad.
Este acto de violencia no es aislado. En las últimas semanas, se han conocido varios casos de violencia doméstica en la región, con situaciones similares de mujeres que son atacadas por sus exparejas o parejas en medio de un contexto de desprotección judicial. Como Jessica lo relató, es común que las víctimas de violencia de género no reciban el respaldo necesario de las autoridades. A menudo, deben recurrir a sus propias fuerzas y a la solidaridad de la comunidad para sobrevivir.
El testimonio de Jessica es un grito de alerta ante la urgencia de revisar y mejorar el sistema de protección a las víctimas de violencia de género. La justicia, en muchos casos, no actúa con la rapidez que estos hechos requieren, y las víctimas se ven obligadas a enfrentarse solas a sus agresores. En este sentido, los dispositivos de seguridad, como el botón antipánico y la tobillera electrónica, aunque útiles, no han demostrado ser suficientes para garantizar la seguridad de las mujeres que atraviesan situaciones de violencia extrema. La intervención de la comunidad, como ocurrió en este caso, muestra que, en ocasiones, el apoyo mutuo y la solidaridad entre vecinos pueden marcar la diferencia.
Además, Jessica relató otros casos cercanos que reflejan la crudeza de la violencia de género en la región. Como ella misma lo expresó, hay muchos otros casos que no se escuchan, y los hechos de violencia siguen siendo una constante en la vida de muchas mujeres. Mencionó el caso de una enfermera en Plotier que fue acuchillada por su pareja y, lamentablemente, falleció tras el ataque. También destacó el caso de una mujer con un bebé de dos años que sufrió un intento de homicidio por parte de su expareja, quien la golpeó y la intentó ahorcar en su hogar.
La falta de intervención oportuna y el miedo a denunciar son solo algunas de las razones por las que muchas mujeres no logran escapar de la violencia. Jessica señaló la importancia de que las mujeres compartan sus historias, a pesar de la vergüenza que muchas veces sienten al mostrar sus lesiones o sufrir represalias por parte de los agresores. El cambio de mentalidad y el apoyo de la comunidad son fundamentales para evitar que estos casos sigan repitiéndose.
Hoy, con el agresor detenido y esperando juicio, Jessica puede respirar un poco más tranquila. Sin embargo, los recuerdos de las agresiones y los miedos nunca desaparecerán por completo. Es necesario seguir visibilizando estos casos y exigiendo más acción de las autoridades, para que mujeres como Jessica puedan vivir sin miedo, y sus hijos puedan crecer en un ambiente seguro.